Cultivar esa capacidad de asombrarnos cada día nos anima a apreciar más la vida. La capacidad de asombro es la facultad de las personas para sorprenderse ante lo nuevo y aprender de ello.
El asombro no es solamente la sorpresa o el estado anonadado que se relaciona con algo inesperado. Es también el sobrecogimiento, la explosión interna de felicidad, esas mariposas en el estómago que nos recuerdan que adentro de nosotros habita aún el niño que solíamos ser.
El asombro es la capacidad de percibir lo bello, lo excepcional, y lo impresionante en todo lo que nos rodea. Contribuye a nuestra felicidad, bienestar, creatividad y motivación.
A medida que crecemos, creemos saberlo todo y vamos perdiendo esa capacidad de asombro. ¿No sería genial volver a ser como niños y asombrarnos de aquellas cosas que nos rodean, como si fuera la primera vez que las vemos? Por ejemplo, un amanecer, una obra de arte, un paisaje, un beso…
Como el mundo es un lugar completamente nuevo para los niños, ellos tienen la capacidad innata de asombrarse. Entonces, ¿qué pasa durante el proceso de convertirnos en adultos que hace que perdamos esa habilidad de maravillarnos? Muchos asocian el asombrarse con la inmadurez y, por eso, los adultos piensan que son demasiado viejos, sensatos o inteligentes como para sentir asombro. Sin embargo, están muy equivocados.
La cultura de hoy lamentablemente está centrada en lo material. Además, la publicidad ha hecho que nos centremos en lo que no tenemos. Queremos todo lo nuevo y lo queremos ahora.
En un mundo que pareciera muchas veces muy gris y poco inspirador, cuando nos preguntan “¿qué te sorprende?” puede ser difícil responder, ya que quizás nuestra habitualidad y la costumbre de lo cotidiano, las noticias, los mismos temas de conversación, las mismas rutinas, han deteriorado nuestra capacidad natural de asombrarnos, y por ende, estamos muchas veces como anestesiados emocionalmente y distanciados del mundo.
Entonces, ¿Cómo podemos renovar nuestra habilidad de sentir asombro?
Lo más importante es aprender a reconectar con nuestro niño interno, con la espontaneidad y la ingenuidad del momento presente.
Y hay algunas otras cosas que podemos hacer:
- Se un eterno aprendiz: abrirnos constantemente a aprender nuevas cosas nos conecta con la diversidad de la vida y de nuestros talentos y capacidades. Hacerte preguntas, viajar, leer, conocer gente nueva, ayuda a ejercitar el músculo del asombro.
- Observa la naturaleza: detente a contemplar y aprender sobre la naturaleza. Todo parece ordinario a primera vista, pero cuando tomas unos minutos y usas tus 5 sentidos, las cosas empiezan a verse distintas y cobrar más valor.
- Busca nuevas formas de ver el mundo y de hacer las cosas: el hecho de ya conocer algo no significa que siempre genere el mismo efecto en ti. Por ejemplo, volver a ver una película que viste hace años o releer un libro luego de un largo tiempo. Te darás cuenta de que eras alguien distinto en ese momento y que hoy verás las cosas de un modo diferente, sobre todo, te mostrará mucho de quién eres hoy.
- Interactuar con niños: La neurociencia ha demostrado que convivir con niños renueva nuestra capacidad de asombro. Interactuar con niños significa jugar y compartir genuinamente con ellos, ponernos a su nivel, agacharnos cuando les hablamos, leerles cuentos, colorear con ellos, comer lo que cocinen, y sobre todo, asombrarnos con el mundo que crean en su imaginación.
- Aprende a escuchar: si tienes el hábito de apenas escuchar a otras personas e interrumpir sin permitir que fluya una conversación, simplemente detente unos segundos y ábrete genuinamente a escuchar y enfocarte en quien te habla, mirándolo a los ojos y expresando atención. No intentes siempre tener la razón, disfruta de la conversación.
- Fluye: dejar de forzar las circunstancias, sobre todo cuando ya hemos hecho todo de nuestra parte, y entregarnos a la voluntad que las mueve es, muchas veces, la mejor decisión que podemos tomar.