Todos los seres humanos tenemos la necesidad de darle sentido a nuestra vida, a todo lo que hacemos. De lo contrario, es cuando empezamos a procrastinar y buscar excusas para postergarlo o evadirlo.
Cuando lo que haces tiene un sentido, un significado para ti, lo abrazas con propiedad, lo defiendes por encima de todo, no te dejas rendir, luchas por eso, te esfuerzas por hacerlo cada vez mejor, te sientes profundamente orgulloso, te hace despertar cada día con ganas de ir por eso, sientes fuego en el estómago.
No se tiene que tratar de grandes proyectos o desafíos, ese fuego lo puedes lograr sentir en cada tarea, en cada quehacer, en cada acción, siempre y cuando éstas estén conectadas a un “Para qué?” que va más allá de la tarea.
Lo importante es que cada objetivo nos confiera satisfacción y aliento para levantarnos por las mañanas y luchar por aquello que deseamos.
El ser humano no tiene la obligación de definir el sentido de la vida en términos universales. Cada uno de nosotros lo haremos a nuestra manera, partiendo de nosotros mismos, desde nuestro potencial y experiencias, descubriéndonos en nuestro día a día. Tu sentido, tu Para qué, además de ser completamente personal y único, puede incluso cambiar en cada etapa de tu vida.
Como explicaba el propio Viktor Frankl, cada día y en cada momento tenemos la oportunidad de tomar una decisión, una decisión que determinará: si quedar sujetos a las propias circunstancias o actuar con auténtica dignidad, escuchando a nuestro verdadero yo.
Procura que cada cosa en tu vida a la que decidas invertir tu tiempo y tu esfuerzo, valga la pena, sea congruente con tu sentido de vida y te haga sentir ese fuego