Hablábamos en la primera parte sobre la importancia de tener clara la intención detrás de nuestros actos, decíamos que todo lo que hacemos está motivado por algo más que el simple hecho de hacerlo, sin embargo, muchas veces no lo vemos, no somos conscientes de lo que verdaderamente nos mueve a hacer algo.
También les decía que ese es uno de los elementos que necesitamos para poder vivir intencionadamente. Sin embargo, no basta con tener intenciones, incluso siendo consciente de ellas. Solo por creer y desear algo, no sucederá.
No se trata solo de desear algo sino de lo que hacemos para conseguirlo. Hay una palabra que usamos mucho para referirnos a las cosas que queremos que sucedan: Ojalá!, ojalá mi pareja cambie o nuestra relación mejore, ojalá yo encuentre un mejor trabajo, ojalá me den un ascenso, etc. Pero es raro que digamos, ojalá yo tomara más tiempo para escuchar a mi pareja, ojalá fuera más innovador(a) y más disciplinad@ en mi trabajo. ¿Te das cuenta de esto? No lo hacemos. Comúnmente verbalizamos lo que queremos lograr (el resultado) pero no lo que tenemos que hacer para conseguirlo (el proceso). Es como asumir que el esfuerzo, tiempo, etc. para conseguir algo fuese invisible o se diera por sentado, cuando realmente no es así, ¿verdad?
Mejor pregúntate: ¿Qué tengo que hacer para conseguir esto que tanto quiero? Enfócate principalmente en el proceso, y luego en el resultado.
Puede que estés pensando, pero esto es contrario a lo que como sociedad valoramos, la orientación a resultados, el tener la meta clara, etc. Solo fíjate que no se trata de olvidar la meta, sino de hacer que prevalezca el proceso para llegar a la meta. ¿Notas la diferencia?
Nos han acostumbrado a mirar solo el resultado y hemos perdido de vista lo que sucede en el medio, en el camino para llegar ahí. Si lo hiciéramos, nos evitaríamos mucha frustración, desesperación e incluso deserción, pero lo más importante es que aumentaría nuestra motivación y determinación para lograr lo que queremos, porque en el momento en el que cambiamos el foco al proceso, nos damos cuenta de que realmente la intención si está en nuestras manos. Escucha la gran diferencia entre decir: Quiero que mi relación mejore, a decir, quiero tomar más tiempo para escuchar a mi pareja. ¿Lo ves?
Pasa lo mismo cuando nos referimos a nuestra identidad. Usualmente cuando nos preguntan ¿quién eres?, normalmente respondemos diciendo qué profesión tenemos o a qué nos dedicamos, o qué puesto ocupamos en una empresa, etc. Si nos definimos por eso (un logro, un resultado, que además temporal) y un día perdemos el empleo, entones ¿qué pasaría con nuestra identidad?
En cambio, si en lugar de hablar de lo que hacemos, nos referimos a lo que nos hace ser como somos y quiénes somos, nuestros valores, motivaciones, intenciones, estaríamos dando testimonio de nuestra identidad, del camino que hemos transitado para llegar a ser lo que somos, no de lo que hemos conseguido en un momento dado.
La diferencia está en, desde qué dónde defino mi identidad, al hablar de mi puesto de trabajo o profesión, claramente me está moviendo una motivación llamada deseo, si recuerdas en el episodio pasado, decíamos que esa motivación nos hace perseguir la gratificación personal cortoplacista, temporal y que además está orientada por eventos externos.
Vivir de acuerdo con mi intención, implica actuar desde una motivación interna, una que no dependa de factores externos, solo de mi.
Haz esta prueba!
- Haz una lista de cosas que quieres lograr,
- Luego intenta asociarlas con valores o cualidades importantes en tu vida,
- Pregúntate: ¿Por qué las haces o qué te mueve a hacerlas? y ¿qué necesitas hacer para lograrlas?
Tres señales positivas serán estas:
- Cuando sientas que el proceso para lograrlas vale más que el resultado en sí mismo.
- Cuando te sientas liberad@ de metas externas y de corto plazo, presiones sociales, de conceptos ajenos sobre lo que debe ser, o simplemente ideas que no coinciden con quién eres y lo que deseas.
- Cuando tu satisfacción venga de creer en el valor de lo que haces.
Eso significa realmente vivir intencionadamente.
Inspirado en el libro “Piensa como un Monje” de Jay Shetty