Muchas veces nos quejamos de la gran saturación de responsabilidades que tenemos sobre nosotros, y no solo me refiero solo al ámbito profesional, sino a todos los ámbitos de nuestra vida, en nuestro rol de padres, como cabezas de hogar, como líderes de nuestra comunidad, etc., y aunque en ocasiones, la carga de trabajo es real y no hay alternativas para distribuirla, también es cierto que, en muchos casos el problema es que no sabemos o no queremos transferir la responsabilidad a otros.

Hay distintas formas de hacerlo, puedes delegar, es decir, pedir a otros que hagan lo que tu deseas, lo que te hace totalmente dependiente de asegurar que las cosas sucedan, porque la supervisión, seguimiento y resultado siguen estando bajo tu responsabilidad. O por el contrario, puedes facultar, es decir, no solo enseñar a otros para que aprendan a hacerlo bien sino también inspirarlos para que la actividad o responsabilidad se vuelva propia, atractiva y con un sentido para ellos, de esta forma, se comportarán como dueños y asegurarán no sólo el resultado final sino que intentarán ir más allá, propondrán nuevas ideas, mejores formas de hacer las cosas, incluso subirán las expectativas.

El problema está en que no todos están dispuestos a invertir tiempo enseñando, enganchando e inspirando a otros, o, incluso la idea de que otro pueda hacerlo mejor pueden percibirla como una amenaza para ellos.

En otros casos, hay personas que necesitan estar ocupadas (aunque abrumadas) para sentirse necesarias, útiles e indispensables, y temen ceder la responsabilidad por miedo a tener que bajarse del escenario.

La pérdida de control también se vuelve un factor limitante, hay personas que no comparten la responsabilidad con alguien más, simplemente por temor a perder el control. No confían en que alguien más pueda hacerlo igual o mejor, se consideran autosuficientes y los únicos con la capacidad de llevarlo a cabo correctamente.

Hay casos en los que a las personas les cuesta mucho pedir ayuda o no saben pedirla, quizás porque a lo largo de su historia personal han aprendido que pedir ayuda es símbolo de debilidad o vulnerabilidad y eso no está bien visto.

¿Algunos de éstos casos se te hace familiar? Donde te ves tú?

Si hoy te sientes abrumad@ y eso está impactando una apropiada funcionalidad y desenvolvimiento en tu vida, probablemente necesites aprender a facultar a los que están a tu alrededor, bien sea, colaboradores, colegas, superiores (así como lo oyes, también podemos facultar hacia arriba), amigos, hijos, pareja, padres, socios, etc.

Si no sabes por dónde empezar a facultar, aquí te doy un tip! Identifica la razón de ser (el para qué) de la actividad e intenta conectarla con algo que le mueva o motive al otro. Por ejemplo, si intento transferir a un colega un reporte operativo mensual muy minucioso, puedo hacerle ver el impacto que hacerlo o no hacerlo tiene en la revisión del estado de resultados de la compañía y además puedo pedirle que sea el o ella quien asista a la junta directiva y lo presente (si se que para el o ella es importante ganarse el reconocimiento de otros y ser visible).

No pierdas de vista tu siguiente oportunidad para facultar a otro y bajar el peso que hay sobre ti. Verás los grandes beneficios de hacerlo